Por Félix Ramos
Periodista
Elizabeth era su nombre, de estatura pequeña y una eterna sonrisa, de esas con aire de ostentación, exhibiendo siempre su impecable dentadura. –Era muy activa, inquieta- nos dice su madre mirando su fotografía, la de sus quince años. Pertenecía a la Comunidad Indígena de un barrio de nuestra ciudad, tenia dieciocho años y como la mayoría de los de su edad, con muchos sueños. Uno de los cuales, el de formar familia ya lo había empezado a realizar hacia un tiempo, ya que, al decir de su progenitora “se juntó con un muchacho de la misma comunidad”.
El sueño de la nueva familia parecía avanzar muy rápido, pues al poco tiempo de “emparejarse” Elisa, como la llamaban todos, quedó embarazada, sin embargo, no por ello abandonó su otro anhelo, el de llegar a ser maestra, para lo cual seguía con sus estudios, cursando el último año del nivel medio.
Parecía que todo caminaba sobre los rieles de la normalidad, porque a pesar de las precariedades y limitaciones que desde siempre fueron su sombra, ella no paraba de regalar esa característica sonrisa. Munida de su carpeta, asistía a los controles pre natales en el puesto de salud de su comunidad y a cuantas charlas a las que era convocada por la gente “especializada”, aparte de los estudios laboratoriales ordenados, que según sus familiares le fueron realizados en el Hospital Regional.
Nada podía salir mal, sin embargo nadie se imaginaba que cerca de los ocho meses del embarazo los sueños de Elizabeth iban a convertirse en la peor de las pesadillas. Un día del mes de junio pasado empezó a sentirse mal, con mucha fiebre y recurrió al puesto de salud en donde consultó con una de las encargadas, la cual le habría dicho que se trataba de una infección y le dio algunas pastillas con sus indicaciones.
Al día siguiente, alguien del puesto de salud fué a la casa de “Elisa” a invitarla para asistir a una charla, ella se negó, dijo que no se sentía bien, la fiebre alta seguía y esa sonrisa que la acompañó desde niña ya la había abandonado. Al final esta persona la convenció y aun en esas condiciones hizo acto de presencia en la reunión.
Llegó el diecinueve de junio, día del Padre, y la situación de Elizabeth alcanzaba el extremo de la gravedad. Los familiares desesperados convocaron a los líderes de la comunidad y estos llamaron a los bomberos, quienes la trasladaron al Hospital Regional. Allí los estudios revelaron que hacía como tres días que la criatura estaba muerta y la madre ya tenía una infección generalizada. Posterior a una intervención quirúrgica “Elisa” fue ingresada a cuidados intensivos, en donde finalmente después de varios días de agonía falleció.
Elizabeth no fue la primera ni de seguro será la última víctima del sistema de salud pública, pero después de escuchar su caso varias preguntas me quitan el sueño: ¿Pudo haberse evitado la muerte de esta joven? ¿Fue causa la falta de humanidad o de capacidad, o ambas cosas? ¿Dónde recibieron su formación los encargados del puesto de salud? ¿Alguna autoridad investigará lo ocurrido? ¿Cuáles son las funciones de las comisiones de salud de la Junta Departamental y la Junta Municipal? ¿Hasta cuándo seguiremos permitiendo? Etc, etc, etc
Al final termino respondiéndome a mí mismo: lo más probable es que este caso, como tantos otros no pase de ser un número más en las estadísticas, ya que “Elisa” no tenía dinero ni “amistades”, solo sueños.