Sección de Opinión

Por Félix Ramos

Caminaba aquella mañana rumbo al antiguo puerto de la ciudad a la búsqueda de una nota periodística. En el trayecto, a través del auricular iba siguiendo los pormenores de un nuevo capítulo, tragicómico por cierto, de la novela desarrollada en el escenario de la “Honorable” Junta Municipal.

Foto de ilustración
Foto de ilustración

Al alcanzar la esquina de un edificio donde antiguamente funcionaba una oficina pública, capturó mi atención una voz temblorosa que casi gritaba: -Hijo!-. Contuve mi andar y giré, era un anciano parado en la acera. -Quiero cruzar la calle pero tengo problemas de la vista. Podrías ayudarme?- me dijo sonriente. –Como no abuelo- contesté y lo tomé del brazo, desempolvando instintivamente del archivo de los buenos modales reglas de cortesía que en épocas pasadas literalmente nos eran impuestas.

A mitad de calzada, en el trayecto no pude contra mi naturaleza de comunicador y pregunté: -de donde venís abuelo? –De la Junta Municipal- respondió- Vine a ver cuál es la situación de mi gestión para el cobro del subsidio a la tercera edad- acotó. –Y que te dijeron?- fue mi siguiente automática consulta, al tiempo que llegamos a la otra acera. Se tomó una pausa en el andar antes de contestarme y con un suspiro trató de calmar la agitación que le produjo el cruzar la calle. –Ahora me voy con mucha esperanza- expresó –porque me dijeron que la nueva Junta Municipal es diferente, con miembros jóvenes bien preparados, además tengo mucha fe en su nueva presidente, aunque hoy no pude hablar con ella.

Quedé con la mente en blanco, sin poder preguntar más nada, ya que al tiempo de esas expresiones a través del audífono me enteraba de que los miembros de la Junta acababan de destituir a su presidente. -Te acompaño hasta la otra esquina- fue la frase que pude articular y reanudamos la marcha. -Yo no puedo venir seguido porque ya tengo ochenta y cinco años y muchos problemas de salud- retomó la charla. -Cuánto hace que empezó las gestiones?- indagué. –Más o menos cinco años que me inscribí y dos años que me censaron- contestó con cierto desaliento.

Fue el momento en que me inundó una rara sensación, mezcla de rabia e impotencia, y por un instante la quise exteriorizar contando a aquel anciano la realidad, su realidad. Quise decirle que en ese mismo instante nuestros representantes reunidos estaban en otra cosa, lejos de tratar alguna idea que apuntase a efectivizar el sueño de un anciano.

Me asaltó la idea de contarle que la “coyuntura”, como la llaman los políticos, no lo favorecía porque en la agenda de las facciones seguían como prioridad las componendas. Por una parte los azulados, carentes como siempre de vocación de poder y un prontuario matizado de episodios de traiciones, desquites y arteras negociaciones y por otro lado los cachorros de rojizos que por lo visto han heredado las características muy propias de su historia: el oportunismo, la incoherencia y las postergaciones.

Tuve ganas de expresarle que esta vez, como en otras ocasiones, azulados y rojizos estaban mimetizados, formando un paisaje morado para los sueños como el suyo. Pero me contuve. Quien soy yo para borrar de aquel rostro avejentado esa sonrisa de esperanza?. Solo atiné a decir: -hasta luego abuelo, mucha suerte- al momento de llegar a la siguiente cuadra. Soy tan responsable también de la situación con el voto que deposité Félix Ramos