La reciente edición de la Expo Norte, en Concepción, además de ser vidriera para grandes empresas y emprendimientos se constituyó en un aliciente para las familias que dependen del trabajo informal.

Detrás de las luces, la música y el brillo empresarial de la Expo Norte, late una realidad silenciosa, llena de sacrificios y esperanzas. Una semana antes de que se enciendan las primeras luces de la muestra, decenas de familias humildes ya emprenden viaje hacia Concepción.
Llegan cargando no solo sus escasas pertenencias, sino también una ilusión: La de encontrar en esos días de feria una oportunidad para llevar pan a sus hogares.
Los campamentos improvisados alrededor del predio ferial se convierten en refugios temporales. Allí, entre lonas gastadas, cocinas hechas con piedras y colchones viejos, conviven adultos, jóvenes y niños. Todos colaboran.
Algunos recorren las calles de la feria recogiendo latas y botellas plásticas que luego venden; otros montan pequeños puestos de venta de bebidas o comidas rápidas.

“Durante la Expo juntamos un poco más de dinero que en cualquier otra semana del año. Los niños ayudan, no porque queramos, sino porque es la única forma de que la familia sobreviva”, relató con voz entrecortada una de las mujeres que año tras año repite esta rutina.
Las comunidades indígenas también encuentran en la Expo un respiro. Mujeres con sus hijos en brazos recorren las veredas ofreciendo collares, pulseras y tejidos. Cada pieza, hecha con paciencia y tradición, es mucho más que un adorno; es un pedazo de su cultura y, al mismo tiempo, el sustento de cada jornada.
“Aquí la gente nos compra, por eso volvemos siempre. Lo que ganamos lo llevamos para alimentar a nuestros hijos”, compartió una de las artesanas con una tímida sonrisa.
En las noches, mientras el público disfruta de los grandes espectáculos, a la salida del campo ferial el escenario es otro: Vendedores de hamburguesas, empanadas y chipas atienden sin descanso a los visitantes, agradeciendo en silencio cada moneda que entra en sus manos. Para ellos, esas horas de trabajo significan mercaderías, útiles escolares o medicamentos que difícilmente podrían costear de otro modo.
La Expo Norte, vista desde este ángulo, trasciende la exhibición ganadera, industrial o comercial. Se convierte en un gran corazón económico que late en beneficio de quienes casi nunca tienen oportunidades.
Para estas familias, la feria no es un entretenimiento ni un lujo; es la posibilidad real de trabajar, de sostener con dignidad a sus hijos, de sentir que, al menos por unos días, la esperanza se vuelve un poco más cercana.

Fuente: Última Hora