A sus 72 años, María Marina Ramírez Torales, pobladora de la compañía Rincón’i, sigue demostrando que la fuerza y la constancia no tienen edad. Todos los días, sin excepción, pedalea 20 kilómetros (ida y vuelta) para llegar hasta Concepción, donde desde hace casi cinco décadas mantiene viva una tradición que ya es parte del paisaje urbano: la venta de empanadas.

Doña Marina instala su pequeño puesto en la vivienda de Fabio Lezcano, situada en Pampliega y Yegros, en pleno barrio Centro. Allí, entre el aroma de masa recién frita y charlas de vecinos, ofrece empanadas de 1.000 y 2.000 guaraníes, además de otros productos que también carga en su inseparable bicicleta: leche, harina de maíz y queso, todo transportado con la misma dedicación de siempre.

Con una sonrisa amable y la experiencia de una vida de trabajo, la mujer relata que lleva 49 años dedicada a este oficio. Su jornada incluye la elaboración y comercialización de entre 400 a 450 empanadas por día, número que sorprende y confirma el cariño que la comunidad tiene por su producto.
Su historia laboral empezó mucho antes. Recuerda que, siendo joven, ya se dedicaba a la venta de comestibles. Incluso administraba una pequeña cantina en la Escuela Agrícola, experiencia que la preparó para lo que sería el gran oficio de su vida: la empanada.

“De ahí ya vine a la ciudad y comencé a preparar y vender empanadas. Hasta hoy sigo en esto, gracias a Dios”, cuenta con orgullo.
La figura de Doña Marina recorriendo las calles en su bicicleta es una estampa diaria en Concepción. Su disciplina, su espíritu trabajador y la calidez con la que recibe a cada cliente hacen que su historia sea un ejemplo vivo de perseverancia.

Mientras existan mujeres como ella, el sabor del esfuerzo seguirá alimentando a toda una comunidad.
