En este informe especial, Rodrigo Cardozo Samaniego nos cuenta parte de la historia de vida de un conocido sacristán de la Parroquia María Auxiliadora de esta ciudad, hablamos del recordado Felipe Nery Cristaldo Arce.

Por Rodrigo Cardozo Samaniego
Su nombre completo era Felipe Nery Cristaldo Arce, había nacido en Frontera – Curusu Ñu el 26 de mayo de 1928, a inicios de la década del 60’ se muda con su esposa e hijas a vivir a Concepción, trabajó primeramente en obrajes (aserraderos), en la zona de Cerro Memby y en unos años más, para 1963 (aproximadamente), ya estaba cumpliendo funciones de sacristán en la Parroquia María Auxiliadora. Su hija Romualda (ña Tita), menciona que fue el mismísimo padre Marcelino Medina quin en ese entonces era Director del Colegio San José, quien le dio la oportunidad para tan noble labor, convirtiéndose así en la persona de confianza del Paí Medina, como también el de ser el referente y por ende, el respetable de la sacristía.

¿Quien no conoció a Felipe? Los que fuimos alumnos del Salesiano lo conocíamos bien y no solo por haber asistido a las aulas de ese colegio uno conocía a Felipe. En realidad lo conocían todos, la comunidad entera y en especial la cristiana, los oratorianos, los catequistas, los que siempre acudían a escuchar misa en la parroquia salesiana.
Cuando en el templo salesiano todo seguía oscuro y en silencio, se oían unos pasos y se abría la puerta de la iglesia. Era Felipe el sacristán, que llegaba muy temprano a prepararlo todo, bien pero bien temprano, como siempre. Lo primero que hacía al llegar era orar y encomendar su jornada al Señor.
Luego realizaba las tareas más diversas. Colocaba y prendía las velas del sagrario, ponía o quitaba los floreros, preparaba en el altar el Misal y lo que se iba a utilizar en la celebración, instalaba y prendía el micrófono, ponía el leccionario en el ambón y lo dejaba listo en donde correspondía; ponía en el atril la hojita de las peticiones; preparaba las vestiduras del sacerdote según el color que incumbía.

Felipe sabía todo lo que se necesitaba cuando había bautismos, matrimonios, primeras comuniones, y celebraciones especiales, como por ejemplo en Semana Santa, en las que había que cuidar los muchísimos detalles y si hacía falta, tenía la gran humildad de realizar lo que se necesitaba. Se ofrecía a barrer; a recoger y ordenar las hojitas de Misa que dejaba la gente olvidadas; a apagar y quitar las velas gastadas; a sacudir bancas y reclinatorios, y hasta a despegar chicles que algunos dejaban pegados en la parte de abajo de sus asientos.

Cuando llegaba el sacerdote, lo ayuda a vestirse y durante la celebración, se mantenía atento, por si le tocara sostenerle el libro, ayudarlo en algo o resolver algún imprevisto, como cambiar a toda prisa la pila al micrófono, ir corriendo a traer algo que hace falta, ajustar el equipo de sonido o de iluminación y quién sabe cómo se las ingeniaba a veces, pero siempre encontraba la solución.
Felipe sabía dónde estaba todo, en qué mueble, en qué estante, junto a qué o debajo de qué; conocía cada rincón de la sacristía como la palma de su mano. Entendía lo que era un “acetre”, un “turiferario”, una “píxide”, un “corporal”, nombres que la mayoría desconocemos porque decimos normalmente como el vasito de agua bendita, el recipiente del incienso, la caja de las hostias o el paño que se extiende poner sobre el cáliz y cajita de la hostia durante la celebración de la misa.

Felipe llegó a tener tanta afinidad con su párroco, que bastaba que éste le haga un ligero gesto, una mirada, una pequeña inclinación de cabeza, y él captaba al instante lo que el cura necesitaba y se apresuraba a traérselo. Parecería que le leyera el pensamiento. Y si uno trabaja en una iglesia -como lo fue Felipe- en la que hay varios sacerdotes, uno asume sin chistar el reto constante de adaptarse a lo que se pide, para tener siempre listo lo que pueda requerirse.

Otra gran virtud de Felipe fue su paciencia, que ejercía constantemente para tratar con afabilidad a toda la gente, que a veces y casi no siempre es amable ni prudente.
Y así, cuando termina la Misa, los feligreses y el padre se iban, pero Felipe se quedada, iba y venía, iba y venía, atareado, regresando a la sacristía lo empleado en la celebración. Lo guardaba todo, y dejaba preparado lo que se utilizaría al día siguiente. Apagaba la llama de las velas, cerraba las ventanas, verificaba que no quede nadie, echaba un último vistazo para asegurarse de dejar las cosas en orden; hacía una breve oración para agradecerle su jornada a Jesús, y apagaba la luz.-
La iglesia de los Padres Salesianos quedaba oscuro y en silencio, ya se ha se había ido toda la gente, se oían unos pasos alejándose. En eso se cierra la puerta de la iglesia, era Felipe el sacristán, que se iba a su casa a descansar, tarde, muy tarde, como todos los días, como siempre.
Felipe estuvo casado con la Sra. Francisca Sánchez con tuvo dos hijas, Porfiria y Romualda. Las mismas aportaron los datos y fotografías para esta nota a quien desde ya, van mis sinceros agradecimientos para este pequeño homenaje a este gran hombre.
Felipe se jubiló como sacristán en el año 2008, tuvo un accidente en su clásica motocicleta al año siguiente 2009 que lo tuvo mucho tiempo postrado.

Luego de una penosa enfermedad falleció el 20 de enero de 2012.
