Por Estela Valdés

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Cuando de calificar o denigrar a los demás se trata, todos son maestros, impolutos e incluso irreverentes, principalmente, cuando lo hacen a kilómetros de distancia del o los afectados, quien quiera que sea su blanco de ofensas en ese momento.

Las personas que basan sus vidas exponiendo las debilidades de los demás, lo hacen como una manera de sobreponerse a su tal vez patética realidad, con la íntima e inclusive inconsciente intención de decir a todos, “miren que hay muchos iguales o peores que yo”.

Es la única manera que tienen de sentirse en alguna medida, algo más que la nada que representan.
Sócrates sostenía que existían 3 grados de ignorancia:

1-La del que no sabe: Representa al ignorante, que tiene como solución el estudio y el aprendizaje.
2- La del que no sabe que no sabe, pero cree que sabe: Esta es de difícil solución, puesto que como está obstinado en su propia ignorancia, no está dispuesto a aprender.
3- La del que sabe que no sabe, pero aspira a saber: Este grado representa el reconocimiento de la ignorancia y representa a Sócrates (el filósofo) quien lo expresaba a través de su famosa máxima: “Yo sólo sé que nada sé”. Frase que es conocida como la teoría de la docta ignorancia.

Definitivamente este tipo de personas están enmarcadas en el grupo que ni siquiera saben que no saben, sin embargo creen que saben, que saben mucho, que saben más, y lo que es peor: Se expresan como dueños de la verdad.

Tal vez esto no podamos cambiar la realidad de este grupo social, pero si debemos exigir que no tengan espacios en los medios de comunicación social, no podemos ser indiferentes a los comentarios nocivos que alcanzan a miles de personas.

Los medios de comunicación deben congregar a personas que formen, informen y entretengan. Nunca a entes contaminantes, perjudiciales o lascivos.